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La ciberdemocracia de Facebook

Hace solo unos días los verdaderos dueños de Facebook –los fondos de inversión públicos estadounidenses– emitieron un comunicado animando al resto de accionistas a forzar la dimisión de Mark Zuckerberg como Presidente de su Junta Directiva.

Algo que plantea numerosas preguntas: ¿Quién ostenta el poder en Internet? ¿Se trata de un espacio democrático? ¿Pensáis que Internet os empodera?

Lamentablemente todo eso es fake.

Aunque las condiciones en las que actuamos en el Ciberespacio –con el poder del click y gobernando a solas nuestro dispositivo- nos den una engañosa impresión de control, no disponemos de poder alguno.

Y es que no somos los usuarios –ni siquiera los países ni los gobiernos– quienes poseemos la soberanía en Internet, sino las empresas y organizaciones afincadas en el Ciberespacio, tanto aquellas positivas que respetan las normas y dan la cara como las organizaciones criminales que no lo hacen. Pero, ¿cuáles son “las normas”?

Las normas son convenciones aprobadas bajo el orden de una Constitución, pero en Internet no hay ley ni Constitución.

Esto sucede porque contrariamente a las leyes del mundo real, que responden a un principio de territorialidad, en el Ciberespacio los sucesos no ocurren en un lugar espacial ni territorial concreto, sino que tienen lugar en un espacio virtual carente de materia… lo que provoca su total alegalidad.

Lo más similar a las leyes que hallamos en el Ciberespacio son las normas de carácter privado creadas por grandes sitios y lugares virtuales que se estén formando como verdaderas islas o ciberestados. Al entrar en ellas los ciberciudadanos aceptan voluntariamente -aunque sin gran conocimiento- estas condiciones que fijan sus reglas de convivencia. Y es a través del consumo del bien que ofrecen –y no con nuestro voto- como elegimos a quienes ostentan el poder.

Así llegó al poder Mark Zukerberg, cuyo ciberestado cuenta ya con más de 2.167 millones de usuarios en todo el mundo y que decide –como aristócrata de la red– qué contenidos son buenos o malos para nuestras cabezas.

Y esto es así porque el órgano que nos conecta a Internet no es el hardware en forma de smartphone u ordenador, sino nuestro cerebro biológico, un material muy sensible que es el que quieren conquistar los rusos, los chinos, e incluso Trump.

Y aunque nunca pensemos en ello, nuestro cerebro está expuesto cada día a una abundante cantidad de contenido malicioso con consecuencias reales en nuestra vida real.

Preguntémonos ahora: ¿lo que recibimos en nuestras cabezas mientras navegamos en Internet es verdad o mentira? Y, ¿es acaso real? Lo cierto es que eso no importa demasiado, ya que si creemos en algo se convierte inmediatamente en real y verdad. O como decía Morfeo: bienvenidos al mundo real.

Desde la presunta ingerencia rusa en las elecciones presidenciales norteamericanas de hace dos años, Facebook ha ido encadenando escándalos hasta el punto en que los inversores han perdido la paciencia y han pedido públicamente la cabeza de Mark Zuckerberg.

Entre la lista de pecados está el escándalo de Cambridge Analytica –en el que se filtraron datos personales de 87 millones de usuarios–, la proliferación descontrolada de fake news y hasta compartir datos con fabricantes de teléfonos como Huawei, con estrechas relaciones con el Gobierno chino.

Pero la razón principal del ataque frontal contra Zuckerberg es sin duda el tema económico: los problemas en Bolsa de Facebook que se han convertido en un problema de estado. No en vano la ciudad de Nueva York compró el pasado 31 de marzo 4,7 millones de acciones a 175,94 dólares la acción que se han depreciado hoy hasta los 153,90 dólares generando unas pérdidas de 94,6 millones de dólares.

La autoridad de Internet está en el dinero como demuestra que el ciberespacio haya sido ocupado por el poder económico de manos privadas. Pero demasiado poder por parte de un aristócrata como Zuckerberg implica un riesgo regulatorio, reputacional e incluso pone en jaque a la propia democracia.

Por eso todo apunta a que Zuckerberg tiene los días contados. Es la crónica de una dimisión anunciada: demasiado poder no es bueno para los que ostentan aún más poder.

De este modo no nos dejemos engañar: en Internet no somos ciudadanos, somos consumidores sin libertad ni poder, ya que el Ciberespacio no es un lugar público sometido a las modernas reglas de la democracia.

Y si deseamos tener algo de poder debemos comprender el nuevo mundo virtual y pelear por generar nuevas reglas del juego donde se nos tenga en cuenta. Los políticos que nos representan deben empezar a pensar en los problemas de cibersoberanía existente. Votemos, no solo compremos.

En ese contexto un arma fundamental puede ser el ciberderecho, una nueva disciplina que es sin duda la mejor herramienta para la cibervida pacífica.

Menos fake y más pensar. El conocimiento es libre, incluso gratuito. Pensemos sin sesgos: la libertad no es gratuita y debemos defenderla hasta la muerte. Por la ciberdemocracia.

Author: Álvaro Écija

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