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Ciberleyes contra robots: cómo sobrevivir a la nueva IA

El futuro está aquí. Lo dicen los expertos, que anuncian que estamos a punto de asistir al despertar imparable de la robótica y la inteligencia artificial, que unidas a la biotecnología, la nanotecnología y el ciberespacio, crearán un panorama difícil de imaginar.

Si nos fijamos únicamente en las cifras, los expertos aseguran que de aquí a 20 años habrá 2.000 billones de objetos conectados en el mundo, y si la mitad de ellos puede moverse de forma autónoma, estaremos hablando de más robots que seres humanos en la Tierra.

Una revolución que podría ir más allá si científicos como Vernor Vinge y Ray Kurzell no se equivocan con su teoría de la Singularidad Tecnológica, entendida como el advenimiento hipotético de la inteligencia artificial que permitiría que un equipo de cómputo, red informática o robot fuesen capaces de automejorarse en ciclos fuera de control permitiendo a máquinas inteligentes diseñar generaciones de máquinas sucesivamente más potentes.

Un panorama más propio de la Ciencia Ficción que sin embargo ya vive sus primeros pasos con la aplicación práctica de algoritmos matemáticos que utilizan técnicas de inteligencia artificial para predecir comportamientos humanos basados en grandes cantidades de información previa.

Por poner un ejemplo Netflix utiliza algoritmos para producir películas y series de éxito. House of Cards es un claro ejemplo de ello. Y el sector jurídico innova hoy en  busca de algoritmos que predigan los riesgos legales futuros o incluso anticipar la decisión de un juez ante un caso concreto.

El sector del automóvil da sus primeros pasos hacia los coches autónomos, cuya peculiaridad consiste en incorporar valores en su código de funcionamiento que podrían plantear detalles éticos.

Ejemplo: mientras un coche avanza por una autopista de dos carriles un hombre salta de un puente y va a chocar contra él. El coche circula a 66km/hora y sabe que el peligro de muerte a esa velocidad y en ese recorrido es del 90%.  La alternativa sería pasarse al otro carril, pero la tecnología del coche le permite localizar la presencia de otro vehículo cercano y calcula que si da un volantazo para evitar al hombre del puente las probabilidades de impacto con ese otro coche son del 90% pero los daños que va a sufrir el coche serían únicamente del 30%.

Sin embargo el coche autónomo detecta la presencia de un niño en ese otro coche.

Para el ser humano que ha creado el código vale más la vida del niño que la del hombre del puente, e incluso su tecnología le permite localizar en las redes sociales el perfil de este último, que está aquejado de un cáncer terminal y tiene intenciones suicidas.

Ese tipo de situaciones podrían darse muy pronto, con un factor determinante: los valores programados en el código del coche no están consensuados socialmente, son reglas cifradas por un programador o un ingeniero tal vez con el beneplácito de su jefe y de su jefe con la empresa. Y teniendo un impacto tan grande en nuestras vidas, ¿no debería estar sujeto al voto de una mayoría?

Y este es únicamente el principio. En un mundo en el que todo es susceptible de ser programado, todo será susceptible por lo tanto de ser hackeado. ¿Qué ocurriría si alguien reprograma nuestro coche con efecto malicioso? ¿Qué ocurriría si además de nuestro coche se reprograman otros mil, a la misma hora y en el mismo país, con efecto malicioso? Estaríamos hablando de un nuevo tipo de violencia de masa.

Y eso sin olvidar la industria militar. Como recuerda el pensador francés Guy Philippe Goldstein, incluso los ejércitos se equipan hoy con robots y objetos conectados. La prueba de ello es que desde 2012 más del 20% de los objetos aéreos utilizados por el ejército americano son drones y pueden ser hackeados. Y sirva como prueba la escena vivida en 2011, cuando un dron centinela americano se posó en Irán creyendo aterrizar en una base americana del Golfo Pérsico. El riesgo militar ya no es hipotético. ¿Se han preguntado sino porque los misiles se siguen activando con un antiguo disquete de 8”? Por miedo a ser vulnerables con un upgrade y generar destrucción maliciosa a gran escala.

Ante este panorama, con la mayoría de dilemas y problemas encima de la mesa, ¿cuál sería la posible solución?

A mi entender, si se pretende conseguir una convivencia pacífica y unas reglas del juego claras –en definitiva, conseguir la anhelada seguridad– la solución pasa por el Ciberderecho, nueva disciplina jurídica que superará el principio territorial que impera en la mayoría de ordenamientos jurídicos para adentrarnos en el principio virtual, con la creación de cibernormas y cibertribunales.

La necesidad de profundizar todos juntos en esta nueva línea de derecho empieza a ser urgente. La nueva era está a la vuelta de la esquina, y los ciudadanos, organizaciones y estados no pueden quedarse atrás en el conocimiento de una nueva ciber-realidad que trasciende la vida tal y como se ha desarrollado en los últimos miles de años.

Author: Álvaro Écija

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